Ella bailaba muy bien. Su cuerpo… Su cuerpo se quebraba al ritmo de la música de una forma nunca antes vista por mis ojos. Ella era increíble. ¿Le hablo? ¿Qué le digo? Andá a saber cuántos lo intentaron ya. ¿Qué puedo ofrecerle yo que nadie más pueda hacerlo? Ya sé. Le muestro que tengo una curita de Bob Esponja en el dedo. Soy un tierno, pensé. Con esto la mato. Pero no. Hasta yo me di cuenta que era muy boludo. Le cuento que soy publicista, decidí. Es más: lo intenté. Pero la música estaba muy fuerte. Y ella seguía bailando. Nunca pude siquiera acercarme a su oído. Ya está. Está con los ojos cerrados. Le meto un beso de una. Por suerte estaba oscuro y no me vio con claridad cuando me tiró la cachetada.
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