Ella estaba ahora mirando por la ventana. Afuera llovía. Yo me acerqué al vidrio, lo empañé con mi aliento y dibujé un macaquito. Ella me miró, con esa cara típica de ella de “sos un idiota, pero un idiota en serio”. Yo le devolví una sonrisita y un encogimiento de hombros. Ella volvió a mirar hacia fuera. Nunca más se preocupó si yo seguía en el cuarto o no. Afuera seguía lloviendo. Nunca se percató de que yo había salido a chapotear.
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