Maldito Cow Boy

Me subo al ómnibus hoy, no? Y tuve que tomar una elección súper difícil. (¿Te conté acerca de lo mal que me pone tener que tomar decisiones? Bueno... Por las dudas, te cuento ahora después) Me pone mal tener que tomar decisiones. (Listo... Qué alivio...) Tuve que decidir en cuál lugar sentarme. ¿Por qué los ómnibus no vienen con solo un par de lugares libres? O vienen llenos, o vienen vacíos. Una mierda.

Entonces empecé a caminar, porque para peor, uno no tiene la libertad de pararse en el pasillo y analizar una a una las opciones, porque atrás viene gente. Siempre. O si no, el guarda arranca con el “al fondo que hay lugar”. Sí. Ya sé que al fondo hay lugar. Pero adelante también. Es más. Hay lugares libres por todos lados en tu ómnibus de porquería. ¡¡Y yo tengo que elegir!! ¡¡Dejame en paz!! ¿!¿Qué no entendés?!? ¡¡Ayudame!! Decime dónde me siento...

Pero no. Hay decisiones que las tiene que tomar uno mismo. Carajo. Y yo decidí. Y obviamente, mal. Me senté en los de atrás -en esos en los que vas de costado-. En sí, es un buen lugar. Es lindo ir viendo siempre para afuera. Bueno. A mí me gusta. O bueno. Tengo eso de querer ver el lado positivo a mis decisiones. La cosa es que voy, tranqui, pensando en (¿esto debería ponerlo entre paréntesis? No... Ya he hecho referencia a lo que pienso y no puse paréntesis. Cuando pienso mientras escribo es que debo ponerlos). Mierda. Por pensar me olvidé de lo que iba pensando en ese momento. No importa.

La cosa es que empiezo a escuchar un chic, chic. ¿Me explico? ¿Ubicás ese ruidito? ¡¡El chic chic de un cortauñas!! Yo no lo podía creer. La gente no toma mate en un ómnibus. La gente no saliva en un ómnibus. La gente no habla con el chofer en el ómnibus. Bah. ¿Alguien me explica qué carajo pretenden esas minas que se quedan paradas atrás del chofer, comiéndoles la oreja? Bueno. No importa.

Vuelvo a lo anterior. Había un tipo cortándose las uñas en el ómnibus. ¡¡Vamo´ arriba!! Pero para peor, lo venía haciendo parado, al final del ómnibus. Mierda. Ya no tenía las mismas opciones del principio para cambiar de lugar. Además, me gusta conservar mis decisiones e ir para delante con ellas. Entonces me quedé ahí, ya sin mirar tanto hacia fuera, sino que mirando al tipo, procurando que mis reflejos tuvieran el tiempo suficiente para esquivar una uña voladora. Porque convengamos que si hay algo independiente de nosotros en nuestro cuerpo, son las uñas. Saltan para donde quieran... Siempre. Por más prolijo que sea uno... Un embole. Por eso no me cae mal la gente que se corta las uñas con los dientes. Les quedan para el orto, pero uno con la boca puede dirigirlas mejor hacia donde quiere, y no molesta a nadie que venga sentado enfrente.

Esperá. Sé que esto tenía algo que ver con vos. Mierda. ¿Qué era? Ahh. Ya sé. Te gusta tocar la guitarra, así que capaz te ves tentado a dejarte las uñas largas. Lo que te voy a pedir -marcándote un error por adelantado- es que cuando ya no te guste tocar la guitarra y te quieras cortar las uñas, no lo hagas en un ómnibus. Pero bueno. Tampoco lo hagas comiéndolas. Es un peligro. En una pared del estómago, se te pegan las uñas con los chicles que te comiste de chico, y está todo mal. Todo mal, mal.

Me gustaría decírtelo por experiencia, que siempre da como un mayor valor al consejo. Una onda: “Te lo digo porque a mí me pasó”. Pero no. Yo nunca me comí un chicle de chico. Siempre se me pegaban en el pelo mientras dormía o en la jeta mientras aprendía a hacer globos, pero nunca en el estómago.

Fin. Abrupto. Pero fin al fin.

No hay comentarios. :