El calor que hace afuera es una cosa de no creer, teniendo en cuenta la fecha en la que estamos. No prendí el aire, pero el vientito que entra por una ventana en un octavo piso alcanza. Me pongo a imaginar el viaje de vuelta a casa en el 187, y no quiero experimentarlo. Imagino, pienso y llego a la conclusión del título: qué buen momento para escribir.
En vez de seguir haciendo clicks para cerrar programas, hago click para abrir uno. El Word. Me entusiasmo, y también abro el iTunes. Claro. Si la vamos a hacer, vamos a hacerla bien. Tengo el tic del Control + G para guardar, y cuando me doy cuenta que debo poner Sí, confirmo que me voy a quedar un buen rato escribiendo. Entonces guardo esto en el Escritorio, bajo el nombre de 187.doc. Subo los pies hacia el escritorio, los cruzo, pongo a Lisandro y arranco a escribir. Me felicito a mí mismo: encontraste un buen momento para escribir.
Atrás mío está Mariela. Una divina. Todo bien con ella. Es la que limpia acá en el laburo. Ha sido mi compañera en otras noches reflejadas en este blog. Pero hay veces que no está todo bien con ella. No por ella. Por mí. No quiero hablar con ella. No quiero decirle por qué hace años que no voy a Mercedes, responderle si hay mucho laburo, o comentar acerca del calor que hace. Perdón Mariela, pero si seguís hablando, me calzo los auriculares. Mi cara debió haber transmitido ese aviso, porque Mariela se fue a limpiar otra oficina. Ahora sí, me digo: qué buen momento para escribir.
Es cómico. No sé sobre qué escribir. O sé, pero no quiero escribir sobre eso. Y miro la página del Word, y veo que he escrito más de lo que últimamente estoy escribiendo en el blog. Entonces analizo no escribir sobre nada. Mmmmmm… No me tienta tanto. Me pongo a cantar con Lisandro. Canto dos o tres temas seguidos. Estoy en un buen estado espiritual, por así decirlo. Estoy acercándome a la más básica expresión de la felicidad. Despojado de muchas cosas aburridas y negativas como responsabilidades, compromisos, cuentas para pagar, y pensamientos. No pienso. Las canciones me las sé de memoria. Entonces creo que cierro los ojos. Y canto. En voz baja, sin abrir la boca siquiera. Pero canto fuerte. Me siento bien; en los dos sentidos que tiene sentir. Muevo la cabeza para un lado y para el otro, siempre cantando y con los ojos entreabiertos. En eso, noto que la pantalla de la computadora abandonó el blanco predominante del Word, para dar lugar al negro con el que comienza el salvapantallas. Recuerdo entonces que había encontrado un buen momento para escribir.
El sentimiento de recién, mágicamente se corta, se va. Trato de retenerlo, pero no tengo la más puta idea de cómo lograrlo. Vuelvo a poner el tema que estaba sonando en su momento, pero no tiene el mismo efecto. No había sido buscado, así que sé que no tengo chance alguna de que vuelva. Las cosas que se van no vuelven, sentencio. Le busco un poco la vuelta para ver si eso me lleva a escribir sobre algo. Y sí. Las cosas que se van no vuelven, pero las que no se van, siguen todo el tiempo ahí. Me deprimo un poco. Un poco más. Cada vez más. El cigarro en mi boca está prendido y largando humo, pero yo no lo fumo. No puedo dejar de escribir. Siento que el corazón se acelera un poco, y mis dedos también. No dejan de teclear. Como me ha pasado en otras ocasiones, van más rápido que mis sentimientos y/o pensamientos. Estoy mal, pero eso no inhabilita que éste verdaderamente sea un buen momento para escribir.
Es increíble. El iTunes es inteligente. O al menos perceptivo. Tira “Que todo vuelva” de Lisandro. ¿Para qué? ¿Por qué? Quizás deba dejarme de joder y subirme al 187 del orto, bancarme el calor e ir a mi casa a dormir. Quizás sea lo mejor en este momento. Quizás este no sea un buen momento para escribir.