Gracias, abuelo. Gracias, papá.

Jugar a ser fontanero no es fácil. No, no. No sé cómo lo hará mi tocayo Luigi... La cosa es que ayer me la jugué y puse en prueba lo que aprendí en mi niñez y adolescencia viendo a mi abuelo y padre. Y repito: no fue fácil. Tenía que conectar el lavarropas usando la instalación del bidet y después cambiar una canilla. Tareas sencillas, en principio. Pero vaya que no... Empezando por si uno no dispone de las herramientas necesarias... Como era previsible pero no previsto, me encontré con colillas viejas, que ni bien quise desenroscar se hicieron añicos. Y salió agua. Mucha agua. Obviamente había cerrado el pase, pero es increíble la capacidad de almacenamiento que tienen esas cosas de morondanga. O sea: baño completamente inundado. Sumemos ahora que el banco en el que me senté para desarrollar la tarea no era demasiado cómodo para la cantidad de horas que lo usé. Resultado: dolor de rodillas. Calambres tal vez también. Y de la combinación de casi no sentir mis piernas y piso mojado resultó un resbalón. Y de eso, torcedura de pie. Perfecta a decir verdad para tener que salir contrarreloj a buscar colillas nuevas antes que cerrara la ferretería. Una aventura hermosa. Obvio que al volver, hacer los cambios y creer finalizada la tarea y abrir el pase, aquello era una fuente con millones de chorros. Allá de nuevo a cerrar y probar. Después de un par de ajustes, todo parecía funcionar perfectamente. Pero no quería cantar victoria. Ahora sí podría hacerlo, porque pasaron varias horas y no escucho que nada gotee. Pero no lo haré. Simplemente me iré a dormir con una sonrisa por no haberme dejado ganar. Porque no sé si gané, pero seguro no perdí. Bueno... Gané sí: un fuerte dolor en el pie que espero que mañana ya no esté.

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