Después de algún que otro año, hoy me vi de nuevo en la riesgosa situación de tener que tragarme un chicle obligado. Estaba en un evento y no tenía muchas más alternativas. Siendo que de chico solía tragármelos sin quererlo necesariamente, nunca imaginé que sería tan difícil. Para peor, en mi mano tenía un vaso con whisky, lo que dificultaba la ayuda que podía otorgar el elemento líquido. Hubiera sido otro cantar si se trataba de un refresco. Pero no era el caso y no daba como para andar con dos vasos servidos a la vez. Servilletas no me pintaba y no correspondía pegarlo abajo de alguna mesa o silla. ¡Uno debe ubicarse, che! Luego de varios intentos y de auto convencerme de que ese escollo no podía vencerme y generarme incomodidad mucho más rato, logré tragar el puto chicle ayudado de un buche de whisky. No fueron momentos fáciles, pero por suerte puedo contar el cuento.
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