Me da miedo la gente que se va riendo sola por la calle. Mucho miedo. Por la calle, en el ómnibus o sentada en una plaza. ¿De qué se ríen? ¡La puta madre! ¿Justo cuando paso yo por delante de ustedes tienen que acordarse de aquel chiste de la aceituna y la miel? ¿Cómo? ¿Que cuál es el chiste de la aceituna y la miel? ¡Yo qué carajo voy a saber! Pregúntenle al pelotudo que lo recordó cuando se cruzó conmigo caminando por Garibaldi. Me mira y se ríe. ¡Eso no se hace!
Que yo sepa no camino raro ni tengo ninguna deformidad evidente. Igual, en ese caso sería mucho más grave su risa. Pero me suena que no. Entonces uno evalúa posibilidades circunstanciales: me cagó un pájaro y no me di cuenta del adorno que tengo en la cabeza. Lo pensé, pero me pasé la mano y noté que no. Ok. Ya sé. Llevo la bragueta baja y se me ve el calzoncillo con corazones. Tanteo y descubro que no. Además, mala leche al hacerme pensar en eso, porque me confunde al pedo. A ver… ¡yo sé que no tengo ningún calzoncillo con corazones!
Y entonces sigo la inspección, porque esta risa dedicada no puede pasar inadvertida. Los mocos están todos fuera de la línea de visibilidad de cualquier persona que mida más de metro cuarenta. Después, mi pelo sigue en su lugar y con su color habitual, que no es gran cosa, pero al menos no lo considero gracioso. ¿¡¿De qué mierda te reís?!? ¡Sos cagón además! Parame y decímelo de frente.
Seguro que estás complotado con la rubia aquella del bondi. Los asientos de atrás, en los que vas de costado y mirando hacia el pasillo, son propicios para este tipo de situaciones. En verdad, generalmente uno suele dirigir la mirada hacia el piso o lo más lejos posible de la persona que tiene enfrente, buscando unos centímetros de ventana.
Pero esta rubia pelotuda no tenía ganas de aceptar estos acuerdos tácitos de convivencia. Y me miraba y se sonreía. Uno podría ilusionarse y pensar que me estaba tirando onda. Pero yo no me como ninguna: sé que por suerte no tengo ningún aspecto que cause gracia a primera vista, pero tampoco amor ni deseos desenfrenados de tener sexo. Normalito. Un tipo que tuvo que laburar para conseguir lo que la vida decidió cederle.
Así que hija de puta, no voy a pensar que querés conmigo. No no. Ningún ningún. Te estás riendo de mí. Lisa y llanamente. Y eso está mal. Porque bien que yo podría estar riéndome de vos, pero no lo hago. Fea la actitud. Todo el viaje en el 187 pensando que tenía lagañas o gotas de pis en la entrepierna.
Pero no. La inspeccioné para ver si entre su larga cabellera platinada se escondían unos auriculares que me indicaran que alguien en la radio la estaba haciendo reír. No los encontré. Así que no resistí más y me bajé como 5 paradas antes. Al bondi se lo llevó puesto un camión en la cuadra siguiente. ¡Justo en la zona donde estaba ella! Jeje.
Fue simplemente en mi imaginación, pero alcanzó para que una mueca se dibujara en mi cara y me acompañara durante mi caminata hasta el trabajo. Y los que se cruzaron conmigo se habrán preguntado intranquilos “de qué carajo se ríe éste”. ¿Y saben qué? ¡Jódanse! Yo tampoco voy a averiguar nunca de qué se reía la rubia o qué le dijo la miel a la aceituna.
Que yo sepa no camino raro ni tengo ninguna deformidad evidente. Igual, en ese caso sería mucho más grave su risa. Pero me suena que no. Entonces uno evalúa posibilidades circunstanciales: me cagó un pájaro y no me di cuenta del adorno que tengo en la cabeza. Lo pensé, pero me pasé la mano y noté que no. Ok. Ya sé. Llevo la bragueta baja y se me ve el calzoncillo con corazones. Tanteo y descubro que no. Además, mala leche al hacerme pensar en eso, porque me confunde al pedo. A ver… ¡yo sé que no tengo ningún calzoncillo con corazones!
Y entonces sigo la inspección, porque esta risa dedicada no puede pasar inadvertida. Los mocos están todos fuera de la línea de visibilidad de cualquier persona que mida más de metro cuarenta. Después, mi pelo sigue en su lugar y con su color habitual, que no es gran cosa, pero al menos no lo considero gracioso. ¿¡¿De qué mierda te reís?!? ¡Sos cagón además! Parame y decímelo de frente.
Seguro que estás complotado con la rubia aquella del bondi. Los asientos de atrás, en los que vas de costado y mirando hacia el pasillo, son propicios para este tipo de situaciones. En verdad, generalmente uno suele dirigir la mirada hacia el piso o lo más lejos posible de la persona que tiene enfrente, buscando unos centímetros de ventana.
Pero esta rubia pelotuda no tenía ganas de aceptar estos acuerdos tácitos de convivencia. Y me miraba y se sonreía. Uno podría ilusionarse y pensar que me estaba tirando onda. Pero yo no me como ninguna: sé que por suerte no tengo ningún aspecto que cause gracia a primera vista, pero tampoco amor ni deseos desenfrenados de tener sexo. Normalito. Un tipo que tuvo que laburar para conseguir lo que la vida decidió cederle.
Así que hija de puta, no voy a pensar que querés conmigo. No no. Ningún ningún. Te estás riendo de mí. Lisa y llanamente. Y eso está mal. Porque bien que yo podría estar riéndome de vos, pero no lo hago. Fea la actitud. Todo el viaje en el 187 pensando que tenía lagañas o gotas de pis en la entrepierna.
Pero no. La inspeccioné para ver si entre su larga cabellera platinada se escondían unos auriculares que me indicaran que alguien en la radio la estaba haciendo reír. No los encontré. Así que no resistí más y me bajé como 5 paradas antes. Al bondi se lo llevó puesto un camión en la cuadra siguiente. ¡Justo en la zona donde estaba ella! Jeje.
Fue simplemente en mi imaginación, pero alcanzó para que una mueca se dibujara en mi cara y me acompañara durante mi caminata hasta el trabajo. Y los que se cruzaron conmigo se habrán preguntado intranquilos “de qué carajo se ríe éste”. ¿Y saben qué? ¡Jódanse! Yo tampoco voy a averiguar nunca de qué se reía la rubia o qué le dijo la miel a la aceituna.
1 comentario :
juajuajua la puta madre a mi me pasa lo mismo, hasta lo del pájaro! En algun lado escribí algo parecido, me pone nerviosa y me persigo también!
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