Miti y miti

Me he convertido en un alcohólico. No me enorgullece, pero así es. Dicen que el primer paso para solucionar un problema es saber identificarlo. Y yo lo asumo. Soy un maldito alcohólico. En las últimas semanas, casi que no hay un día que no haya tomado alcohol. Para peor, soy un alcohólico que no sabe tomar. “Qué lindo está para tomarse una cervecita”, me digo. ¿Y qué hago? Me bajo un litro entero. Acto seguido, me duermo. ¿Me querés decir para qué carajo me empedé? No disfruto mi estado.

Igual, la razón de este post no es la cerveza necesariamente. Escribo esto porque se me acaba de terminar mi trago: mitad de whisky, mitad de grappamiel y tres cubitos de hielo. Se evaporó. El vaso estaría agujereado. No sé. Recuerdo que me volqué sobre el buzo, pero no tanto. La cosa es que estoy con un colorcito que está buenísimo. Y escribo. No sé sobre qué. Creo que sobre mi alcoholismo.

Xuxo me enseñó este trago. Y es letal. Con un puto vaso ya estoy. Económico dentro de todo, pero letal. Hoy, ese vaso me lo preparé a las 20:57, minutos más, minutos menos. Y ya no existe. Son las 21:23, y ya no tengo más. Y todavía no comí. Y no tengo ganas de irme a dormir. Tengo pila de sueño acumulado, pero ni en pedo me voy a ir acostar. Jaja. Ni en pedo… Ningún ningún. Aprovecharé este estado. Escribiré en Grageas. Pediré comida y destaparé una cervecita. Una de litro, obvio. ¡¡Arriba!!

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