Cuando la mentira es la verdad

Me armé un escritorio en el balcón de casa y suelo pasar varias horas al día allí escribiendo en la computadora. Entre distracciones momentáneas, miradas al vacío y búsquedas de inspiración, dos por tres dirijo mi vista a la calle. No me cuesta mucho, porque la tengo de frente. Y porque soy disperso, aparte. Pero pará. No iba por ahí esta gragea. ¡Pucha! Sería mucho más fácil de explicar con un par de fotos... Pero no. Me embola. Sigo: la cosa es que cuando observo para afuera y justo pasa alguien, descubro que generalmente se me quedan mirando. Cuando se trata de señoritas medio que me ilusiono, pero después me veo en el reflejo de la pantalla y recuerdo que la cosa no va por ahí. Hace días que viene pasando esto, y ya se estaba volviendo molesto. Jóvenes, viejas, parejas, niños, grupos, perros, etc. A pie, en auto o en bicicleta. A ver... ¿Qué hay de raro en que una persona se ponga en su balcón a escribir en la compu? ¡Y recién, recién, recién me acabo de dar cuenta de un detalle que lo cambió todo! Desde la calle, por el ángulo, no se nota que tengo una computadora delante mío. Simplemente se ve parte de mi cabeza. Y tá. Eso. Debe ser re cómico lo que puedan pensar al pasar y verme, ahí, sentado, sin hacer nada puntual, y mirando para abajo como en penitencia. ¿Me explico? Puta madre... Tenía que haber sacado las fotos...

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