Cruzando Rivera a la altura de Osorio escuché un doble bocinazo cortito que provenía de un auto. Amistoso. Intenté descubrir al autor y confirmar su intención, pero el reflejo del parabrisas casi que me lo imposibilitó. Distinguí apenas una mano levantada y una sonrisa. Masculinas ambas. Y percibí muy buena onda, así que automáticamente devolví el saludo. Copado, de hecho. Pero sin tener la más puta idea de a quién. Porque el destino así lo quiso. O el conductor del 60, ya que cuando terminé de cruzar giré para intentar de nuevo identificarlo, pero el bondi se había interpuesto entre nosotros. Así que bueno... ¡Fue un gusto (no) verte, che!
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