En la esquina de mi casa de Mercedes está el Club Remanso. Yo le tengo un especial cariño porque fue fundado por mi abuelo. Además, porque era el club del barrio. Y particularmente, porque ahí me pasé tardes y tardes jugando a las bochas. Siendo un niño, sí. Recién salí a pasear y pasé por la puerta, con la ilusión de encontrarme con niños del barrio en la misma que nosotros en su momento. De hecho, me vinieron ganas de sumarme si me dejaban jugar un rato. Pero no. La cancha de bochas estaba vacía. Seguí caminando un pelín triste, doblando prolijamente mis expectativas para guardarlas. "Qué lástima... ¿Será que los pendejos hoy en día están para el celu y el Play solamente?", pensé. Y envejecí. Pero de pronto descubrí a algunos niños adentro del club, en otro salón. Serían unos 5, que estaban acompañados por un adulto. Entre alegre y desconcertado, quise saber en qué andaban. ¿Y qué hacían? ¡¡¡Estaban jugando al ajedrez!!! Seguí caminando y tal vez no volví a tener mi edad real, pero sí recuperé una sonrisa repleta de ilusión.
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