Témanme palomas, témanme

Es increíble. Mi miedo a las palomas y a su estúpida manera de levantar vuelo me han hecho descubrir algo súper interesante. No está totalmente corroborado, pero podría afirmarse con total certeza que tengo un dominio sobre las palomas. Sí. Tal cual. Domino a las palomas. Haré una brevísima reseña sobre los mojones de este trascendental descubrimiento, sin develar datos confidenciales que puedan llevar a que otros seres humanos adquieran este don.

Usualmente yo estiraba mi mano hacia delante al enfrentarme en mi caminar con una paloma. Con la mano abierta, trataba de interceder -de forma equidistante- entre la trayectoria de la ave asesina y la unión de mis cejas. Nunca tuve que sufrir la desgracia de comprobar si serviría para detener el vuelo de la paloma, pero estimaba que sí.

Las últimas veces he cambiado mi postura, y en vez de tratar de transmitir telepáticamente “paloma del orto: nunca te incrustarás en mi frente”, he comenzado a pensar “paloma del orto: quedate quieta”.

Y está funcionando. Sí. Está funcionando. ¿Y? ¿Ahora? ¿Eh? ¡Palomas de mierda! Ya saben. No se hagan las locas, porque las domino. Les puedo hacer hacer lo que se me cante. Y no me agarren con los cables pelados un día... porque de mala leche que soy, las pongo a comer miguitas de pan del piso de alguna plaza pública.

Reflejo

Acabo de volver de hacer pis. Me senté nuevamente en mi silla, en la misma posición en la que estaba antes de que mi vejiga me recordara que tomar tres litros de agua o más por día me hace orinar mucho. Y me dio por mirar para afuera. Pero no pude.
Un apuesto tipo estaba mirándome. Jaja. Mentira. Era mi reflejo en la ventana cerrada. Entonces me propuse hacerme una suerte de autorretrato por escrito. Luego, no sólo me pareció muy ególatra, sino que también me disgustaron las cosas que iba escribiendo sobre mí. Todo mal. Jaja. Pero igual. No me hice caso, sino que le hice caso al del reflejo.
Tengo unos championes negros a los que a las dos semanas de comprarlos me aburrieron. Entonces entré a una mercería y le compré unos bonitos cordones rojos al tono. Mi inexperiencia me llevaron a que los cordones resultaran cortos, por lo que no puedo atarlos. Entonces le hice un nudito en cada punta que logran que estén relativamente apretando el champión a mi pie. Por suerte, hoy nadie me pisó el talón, porque de haber sucedido tal incidente, habrían salido a la luz mis medias rotas. Son azules y tienen una incoherente palabra con respecto al uso que les doy: Sport. Les tengo terrible estima. Me las regaló mi abuela Zulma. Pero bueno. Están viejitas y medio rotitas. Pobres... Igual tienen terrible protagonismo.
El pantalón que llevo puesto hoy es un tanto extraño. Cuando me lo compré en una de las galerías de diseño que pululan en el centro montevideano, me quedaban largos. Les practiqué un arreglo provisorio, que peligró ser permanente. Sí. Les hice un dobladillo. Aún no manejaba como ahora el hilo y la aguja, entonces les metí unas grampas con una maquinita de ganchos. Cualquierita... Una de esas máquinas para engrampar hojas. Ahora que lo pienso, no sé si no ayudaron al deterioro de mis queridas medias azules: resulta que los ganchos se iban enganchando con las medias, y hasta llegaron al punto de lastimarme mínimamente. Bueno. No importa. La cosa es que decidí recurrir a mi mamá y que ella les hiciera un dobladillo como Dios manda. Y ahí empezó el problema. Desconozco el motivo, pero ella lo hizo unos centímetros más arriba del mío provisorio. Pero para peor, estoy sospechando que el lavadero Burbujitas, además de devolverme mi ropa con olor a limpio pero sucia, me está achicando la ropa. Jaja. Todo mal.
¿A qué venía todo esto? Ahhh. A que todas estas vicisitudes desembocaron en que mis pantalones me quedan un poco cortos. Resultado: se ven más de lo debido mis medias azules, casi al punto de que cualquiera pueda leer el patético Sport. Si bien achicó, el pantalón me queda un pelín grande. Entonces uso un cinto.
Adoro mi cinto. Odio al que me lo vendió. No solamente porque luego de comprarlo, caminé media cuadra y lo encontré casi a mitad de precio, sino que además se desflecó todo. Una bosta. Pero lo re quiero. Al cinto. Es de esos de apretar. O sea: no tiene agujeritos. No estoy seguro, pero creo que el dibujito animado “Sinbad el marino” tenía uno con este sistema. Tá. No importa. La cosa es que es verde, con vivos en celeste y amarillo. Re amorciiisss. Jaja.* Luego, tengo una remera negra con un estampado en dorado. Tiene unos pajaritos re lindos. Y no. No soy puto. ¿Ok? Es del Desachate. Está buena. Igual, sólo se le ve el cuellito, porque por arriba tengo una camperita.
La camperita es medio verde, medio gris. No sé bien. Tiene capucha y una piolita azul para apretarla. Cada vez que me pongo la capucha, parezco un ladrón. Lo que pasa es que la barba ayuda. Igual, liquido la parte del vestuario y le meto a la parte física. Jaja. Me cago de la risa porque a la camperita ahora la estoy usando arremangada. Parezco Mateiko.
En la muñeca tengo una suerte de pulsera o algo así. Es un cacho de la tela que se usa para las correas de las mochilas, que la compré junto a los cordones rojos cortos. No es elástica, por lo que para ponérmela tuve que coserla sobre mi muñeca. Sí. Cómo era de esperar, me pinché todo. Además, se me ocurrió que con un encendedor podía lograr que quedaran súper unidos los extremos y evitar posibles pérdidas o rupturas. Y sí. Cómo era de esperar, me quemé todo.
Y por ahí estaríamos en la parte de autorretrato por escrito a nivel vestimenta. Ahhh. El calzoncillo es negro y tiene un botoncito en la bragueta.
Hablé de la barba... Estoy barbudo. Estoy desprolijo en verdad. Tengo el pelo que es cualquier cosa. Ahora que me miro en el reflejo del vidrio, realmente no sé si no llego a casa y me paso la máquina corta pelo en el número 4. O en el 2, mirá.
Lo único que saco en positivo de mi reflejo son mis ojos. Estoy re orgulloso de ellos. Jaja. Qué tarado. Pero posta. Son lo mejor que tengo a nivel físico. Uia. Mi vejiga de nuevo me recuerda las contraindicaciones de tomar tres litros o más de agua por día.

yoH

...aicnega al ed sevall sal rajed ed abaca em aleiraM euqrop ,odneibircse riuges a yov euq oerc Y .íbircse euq sasoc sal noc otnetnoc yotse yoH

Quiero gritar

A veces tengo ganas de gritar cosas.

No sé por qué.

Pero tengo ganas.

Lanzar máximas irrefutables al viento, sin importarme demasiado si a alguien le interesará escucharlas.

Menos que menos pretendo que alguien las adopte para su propia vida.

Principalmente porque son cosas súper personales que a nadie le interesan.

O a la gente a la que le interesan, no es necesario gritárselas.

Pero de todas formas, algo en mí me invita a gritarlas.

Entonces me planteo gritar por la ventana “Me embola mucho afeitarme”.

A veces voy caminando y me imagino gritando “Hoy me aburrí de mí”.

En casa mismo, estoy acostado y simulo gritar “Quiero apoyar mi cabeza en el huesito de la cadera de esa mujer y dormir”.

Ponele que voy en el ómnibus y podría gritar “Amo cantar”.

Sino, ir a la rambla de Mercedes y gritar “Soy feliz”.

En un ascensor algún día tal vez grite “Sí. Ya sé. Tengo las cejas unidas. Pero no me las voy a depilar”.

Gritarme a mí mismo “Estoy podrido que seas un idiota”.

Sea donde sea, me gustaría gritar “Hago feliz a la mujer que amo”.

Tal vez un grito sería “Me quiero dejar el pelo largo, pero igual creo que corto me queda mejor”.

Gritar ahora de noche cuando esté caminando hacia mi casa “Estoy contento de ser un buen tipo”.

No sé.

Miles de cosas más.

Gritarlas.

Así que ya saben.

Si alguna vez escuchan a un tipo gritar estas cosas, tal vez sea yo luego de haberme gritado “Gritá lo que tengas ganas de gritar”.

Vida del orto... ¿qué te cuesta una sonrisita de morondanga?

¿Es mucho pedir? ¿Eh? En serio te lo pregunto. ¿Es mucho pedir una sonrisa? Una sonrisita de morondanga. ¿Te cuesta tanto? A mí. Sí. A Luigi.

Es simplemente estar atenta a cuando esté pendiente de ti y entregarme una sonrisa. Nada más. Porque convengamos que no siempre espero cosas de vos. Bien que me las sé valer por mí mismo. ¿Eh? Admitilo. ¡Puta! Admití que yo hago cosas para ser feliz y que no siempre espero cosas de vos. Pero no. La señorita se pone quisquillosa con sus sonrisas cuando se las pido una vez cada tanto.

La vida me sonríe... ¡¡Las pelotas!! ¿Dónde carajo está la cola? ¿Cuándo me toca? Ahhh ¿Había que sacar número? Andá a cagar. Ponele que no hace tanto tiempo que no me sonreís, ¿no? Porque tampoco la pavada. Me has sonreído. Pero no seas injusta. Me has sonreído re poco en la vida.

¿Sabés qué es lo peor? La primera vez que me sonreíste pensé que era la mejor sonrisa que podía obtener de la vida. Luego, no me sonreíste por un tiempito, y cuando volviste a sonreir, ¡¡¡upi!!!, era una sonrisa muchísimo mejor que la primera. Muchísimo más plena. Más pacificadora. Más todo. Y así cada vez. Pero ahora...

Creo que ahí radica mi malestar: hoy por hoy me mostrás tu sonrisa como por fotos. ¿Captás la idea de lo que te quiero transmitir? Me decís: Mirá. Mi sonrisa es así. ¿La ves? Es la mejor sonrisa de todas. Y esta es la definitiva. No la mejoraré. Pero no me la das. Simplemente me la mostrás. Me estás haciendo desear. Y eso puede estar bueno, porque me hace sentir que realmente es lo que quiero. Lo que está por detrás de esa sonrisa es lo que más me interesa en la vida, y por eso esperaría tranquilo a que me sonrías. Pero realmente siento que nunca me darás esa sonrisa. Cada vez siento más alejado eso. Por el contrario, siento que continuamente se va dirigiendo hacia un lado equivocado. Entonces soy muy pero muy infeliz. La puta que te parió.

¿Por qué carajo hacés eso conmigo? Yo no te hice nada malo. Al contrario. Soy re agradecido. Los dos sabemos que generalmente yo no te hago estos planteos, sino que siempre es algo como muchísimo más personal, y sin fijarme tanto en como tratás a los demás. Pero no seas mala... Le andás sonriendo a cada hijo de puta... A cada culo roto... Terribles sonrisas... ¿Y a Luigi?

Cada tecla que pulso me convence más de que tengo razón. Si hay otra cosa que los dos sabemos es que no soy para nada egoísta. Cada una de las escasas veces que me has sonreído, yo la he compartido a esa sonrisa. La he potenciado salado. Yo tengo la bendición, que seguramente vos me la diste, de hacerle bien a la gente que me hace bien. Eso no es autobombo ni nada parecido. Vos sabés que no soy así. Entonces, dame esa sonrisita. Sí. Esa que me mostrás. La mejor de todas las sonrisas, que sin embargo, es una sonrisa de morondanga.

Este Día de la Madre, regale un yerno

Se viene el Día de la Madre y eso es complicado para todos los hijos. Se supone que uno sabe lo que le gusta a su madre, pero muchas veces no es así. Entonces no sabemos cuál es el regalo que nuestras madres están esperando. Yo, por ejemplo, no sé qué está esperando mi madre. Pero sé lo que está esperando la tuya. Es por ello que comencé una campaña denominada LUIS GIOIA ES UN BUEN YERNO PARA TU MAMÁ.
Sí, joven muchacha que lees esto. Luis Gioia es el yerno que toda madre quisiera y debería tener. ¿Debo hablarte sobre él acaso? ¿Es necesario que haga una descripción detallada de todas las ventajas que tiene llevarse un Luis Gioia como yerno de tu madre? Sabés que no. Entonces, ¿qué estás esperando para darle esa alegría a tu madre? ¿Eh? No te pido que lo hagas por mí, sino que lo hagas por ella. Ella te dio la vida. Vos, en tu rol de hija, dale el yerno que se merece. Y ese no es otro que Luis Gioia. No esperes más. Es una oportunidad única que no se volverá a repetir.