Puertas adentro

Bajé a la puerta del edificio a fumar un pucho antes de acostarme y me pasó algo raro. Estaba un tanto desalineado, lo admito. O sea: no tengo el pelo necesariamente largo, pero sí estaba despeinado y con la barba descontrolada. Sumemos a esto que tenía puesta una remera que como pijama es una vergüenza, y que bajé de pantuflas. Tá. Yo qué sé. Bajé tal y como estaba adentro del apartamento, a fumar un pucho antes de acostarme.
Por el calzado que llevaba, decidí no caminar por ahí como habitualmente hago y me quedé en la puerta. Tranquilazo. De repente veo que viene en dirección a mí una muchacha. Al confirmar que venía al edificio, me corrí hacia el costado para que entrara con plena comodidad. Pero noté en su accionar cierto nerviosismo.
No digo que me haya escaneado y se haya asustado, pero un poco capaz que sí. Yo estaba por terminar el pucho ya a esa altura, pero esperé que entrara y cerrara la puerta, para recién ahí yo mandarme para adentro también.
Nota: no me gusta nada cuando alguien se mete en el edificio mientras yo abro la puerta. Me violenta. Pero yo no hice eso.
Tras el ingreso de la muchacha, con la puerta ya cerrada, saqué mi llave y entré. No pasó ni un minuto. ¿Y a quién me encontré esperando el ascensor? ¡A la muchacha en cuestión! ¿Y qué pasó? ¡Me saludó muy amablemente!
La misma muchacha que fuera del edificio me tuvo miedo y se apuró para alejarse de mí, unos metros más allá y tras pasar una puerta, se volvió cordial.
No sé mucho qué pensar de esto. Seguramente me duerma sin analizarlo mucho más. 

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