Peñarol, Peñarol
Hoy, con algunos de mis compañeros de laburo jugamos al 5 de oro. Recién, mientras miraba algo en la tele escuché notificaciones constantes de mi WhatsApp. No tenía el celular cerca y no tenía ganas de pararme a buscarlo.
No por vago. No. Tampoco por no querer poner pausa. Simplemente porque me enganché con la idea que se me cruzó por la cabeza: uno de mis compañeros había mirado expectante el sorteo y nos había comunicado que éramos millonarios. Y el resto estaría respondiendo, incrédulos y llorando de la emoción. Se estarían planeando qué haríamos con los que no participaron. Habría capturas de pantalla con los números sorteados, fotos de los festejos y bromas sobre posibles fugas de quien tiene la boleta ganadora.
Empecé a imaginarme a quién le contaría. Y cómo. ¿Cuál es la mejor forma para contarle a un amigo que tenés pila de guita ahora? ¿Y a tu familia? ¡Qué locura! Ganamos el 5 de oro y nos avisamos por WhatsApp. ¿Qué onda? ¿No daba para una llamadita? Aunque uno sea Movistar y el otro Antel... Yo qué sé... El chat es frío. Y nosotros ricos.
Pasaron los minutos entre la primera notificación y el momento en que finalmente agarré el celular. Mi cabeza estaba volando. A cagar el capítulo de la serie que estaba mirando. Y a cagar el 5 de oro: las notificaciones eran de un grupo de hinchas manyas en el que estoy.
Puertas adentro
Bajé a la puerta del edificio a fumar un pucho antes de acostarme y me pasó algo raro. Estaba un tanto desalineado, lo admito. O sea: no tengo el pelo necesariamente largo, pero sí estaba despeinado y con la barba descontrolada. Sumemos a esto que tenía puesta una remera que como pijama es una vergüenza, y que bajé de pantuflas. Tá. Yo qué sé. Bajé tal y como estaba adentro del apartamento, a fumar un pucho antes de acostarme.
Por el calzado que llevaba, decidí no caminar por ahí como habitualmente hago y me quedé en la puerta. Tranquilazo. De repente veo que viene en dirección a mí una muchacha. Al confirmar que venía al edificio, me corrí hacia el costado para que entrara con plena comodidad. Pero noté en su accionar cierto nerviosismo.
No digo que me haya escaneado y se haya asustado, pero un poco capaz que sí. Yo estaba por terminar el pucho ya a esa altura, pero esperé que entrara y cerrara la puerta, para recién ahí yo mandarme para adentro también.
Nota: no me gusta nada cuando alguien se mete en el edificio mientras yo abro la puerta. Me violenta. Pero yo no hice eso.
Tras el ingreso de la muchacha, con la puerta ya cerrada, saqué mi llave y entré. No pasó ni un minuto. ¿Y a quién me encontré esperando el ascensor? ¡A la muchacha en cuestión! ¿Y qué pasó? ¡Me saludó muy amablemente!
La misma muchacha que fuera del edificio me tuvo miedo y se apuró para alejarse de mí, unos metros más allá y tras pasar una puerta, se volvió cordial.
No sé mucho qué pensar de esto. Seguramente me duerma sin analizarlo mucho más.
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