Hidráulico
Recién, cuando estaba guardando el auto, se me metió un gato en el garaje. Primero intenté tratarlo como a un perro para espantarlo, pero no se dio por aludido. Busqué por el lado de la ternura: "Vení, loquito... Salí de ahí que tengo que cerrar... ¿Estás perdido?". Nada. Silencio de su parte. Y mirada fija. En un momento hasta se sentó, en plan "Acá me quedo". Ok. "Adoptaré un gato", asumí. Y me corregí en el acto: "Un gato me adoptó". Al menos, a mi garaje. Pero no podía dejar abierto. A ver... Poder, podía. Pero no me entusiasmaba demasiado. Me puse a investigar la opción de no cerrar del todo, cosa de que saliera si quería. Le iba a traer leche y agua, porque no tenía tan claro con qué se coparía. Y mañana le compraría comida en la veterinaria. Incluso lo llevaría a controlar. Pero... Pará... ¡Yo no quiero un gato! Me volví hacia él y le pregunté "¿Qué onda? ¿Qué hacemos?". Por primera vez me maulló. No le entendí, pero simulé que sí y continué la charla. "Y sí... Creo que lo mejor es que vuelvas a tu casa...". Se paró y salió del garaje, cruzó la calle (sin mirar para ambos lados, como me hubiera gustado enseñarle) y se subió a un murito. Le vi brillar los ojos a la distancia y me pareció que hizo una guiñada antes de girar y meterse en el jardín. Sonreí, lo saludé con la mano, cerré y me metí en casa. Y me serví un vaso de leche.
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