Estaba transfundiendo agua de un bidón de seis litros a una botella de dos. Hago esto a diario y siempre me valgo de un embudo. Hasta hoy pensé que más allá de la delicadeza inicial para que la botella no se ladee, no había grandes riesgos en esta acción. ¡Cuán equivocado estuve todo este tiempo! ¡Los nervios que acabo de pasar! Un segundito de distracción y ay, ay, ay... Me encontré con el embudo casi repleto de agua y la incertidumbre de si ese caudal cabría en la botella. Pánico total. Pero por suerte no se desbordó y puedo contar el cuento.
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