5 de orto

Si bien no apuesto religiosamente al 5 de oro, cuando lo hago siempre juego a los mismos números. Tampoco tengo un kiosco al que vaya por cábala. De hecho, juego cuando paso por uno y justo me acuerdo. Esta vez, fue en la Plaza Cagancha.
Cual escolar recitando un poema de memoria en un acto, le dije al kiosquero mis números de siempre. Sin mucho más diálogo, los fue anotando en la maquinita. Yo no presté demasiada atención a sus movimientos, pero en determinado momento algo me pareció extraño: el tipo miró hacia un costado y se quedó como revisando una cosa que no estaba dentro de mi campo visual.
Obvio que ya se sabe de memoria el lugar que ocupa cada número en su aparatito, y que puede registrar mi jugada sin problemas. Por ahí no venía mi preocupación. ¿Qué estaba mirando? Fueron un par de segundos en los que un frío me recorrió la espalda... Para el sorteo anterior no jugué, y piré con la posibilidad de que tal vez habían salido precisamente esos números y que al tipo le sonaban y por eso se fijó.
¡Hijo de puta! ¡Los nervios que pasé! Dudé en preguntarle qué onda, pero me cagué... Y él, posiblemente, me tuvo compasión. No quise confirmar si efectivamente tenía tanta mala suerte, así que no le pregunté una mierda y ni en pedo me quise fijar en ningún lado.
Sinceramente, que finalmente salieran mis números habituales en el 5 de oro y no haber jugado no es algo de lo que quisiera enterarme.

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