Al subirme al bondi no tenía pensado sentarme. Si pintaba, todo bien. Pero no era una necesidad imperiosa. Por suerte, porque no había asientos libres. Voy por el pasillo rumbo al fondo y veo que una muchacha se está aprontando para pararse y bajar en la siguiente parada. Espero, digo bajito "permiso" y me siento junto a un señor que estaba del lado de la ventana. Yo tenía auriculares, así que no sé si respondió algo que evidenciara que no me aceptaba como compañero temporal de viaje. Pero tá. Hoy me bañé. Me puse desodorante. ¡Y hasta perfume!
Dos paradas después, el par de asientos de adelante nuestro queda libre. El sol pegaba igual. El mismo viento. Escaso acolchonamiento. En definitiva: ninguna ventaja aparente. Pero el señor me tocó el hombro y me pidió permiso con un gesto. Y sí: se pasó para los asientos recientemente liberados.
Me dio cierta bronca que despreciara mi compañía, así que le seguí los pasos y me volví a sentar a su lado. Me dio cierta vergüenza también, así que desde ese momento estoy escribiendo esta gragea sin levantar la vista del celular. Afortunadamente me bajo en la que viene. Solamente espero que él no.